Esta época tan horrible que es el verano, donde me paso los casi cinco meses que dura quejandome y de mal humor, es el momento propicio para dar rienda suelta a una neurosis a la que no le veo final:
la duda existencial de si apagué el aire acondicionado o si, cuando vuelva a mi casa, me voy a encontrar con mi pileta privada a cuatro pisos del suelo.
Aunque siempre cierro la puerta y miro el maldito aparato verificando si la lucecita está apagada, no puedo controlar dudar de mi misma y, en la parada de colectivo o en camino a mi trabajo, preocuparme porque todo desborde, y cuando vuelva a mi casa, pisar el suelo y electrocutarme.
Mi punto más bajo fue cuando la Navidad pasada hice que me llevaran de vuelta a mi casa para verificar si verdaderamente había apagado el maldito aparato con la consecuente catarata de puteadas que me dedicaron.
Así que hasta Abril veo mucha pero mucha frustación en el futuro de la gente que me rodea.